Hamlet es el príncipe de una generación perdida en sí misma, dispersa por el mundo, autoexiliada. Una generación que vio truncos sus sueños, las formas de vida para las cuales fueron esmeradamente educados, el derrumbamiento del sistema que debía albergarlos y todos los valores humanos que debían persistir, la generación del relevo que debía llevar adelante esa sociedad, heredarla. Todos sus amigos han partido, renunciado, se han exiliado y viven de la nostalgia y de una pena que en el fondo tiene mucho de cobardía, han escogido la vergüenza al crimen, como decía Sastre en su obra Las Moscas.
Hamlet mismo ha partido, ha vivido fuera de su tierra, ha querido mantenerse alejado de un sistema que traiciona todos sus principios, pero está demasiado adherido al tronco y ha regresado. Ahora mira su mundo como un extranjero que no quiere tomar partido, ha sido destronado y en su lugar reina la corrupción y el caos. Sabe que luchar contra este orden de cosas con sus argumentos es inútil y no esta dispuesto a hacerlo en igualdad de términos para lo cual debería sufrir una transmutación de carácter, lo que sería peor que una renuncia, sería una traición a si mismo. Vemos a Hamlet con sus manos blancas, es en realidad un niño grande que no se ha ensuciado las manos con la realidad, vive todavía en Wittenberg, en el mundo de las ideas, pero la realidad lo golpea cada vez mas fuerte y tiene que tomar partido por ser o no ser, lo que para él significa, hacer o no hacer, llevar a cabo sus ideales a cualquier precio o sucumbir a la desidia y la inercia grosera de su tiempo.
Ya ha tomado partido, es un conspirador, un revoltoso, pero solo en el plano de las ideas, sus manos siguen limpias, sus guantes blancos, quiere transformar las mentes de sus semejantes, incitarlos a la acción, a la toma de conciencia de la gravedad del orden imperante para el espíritu y la salud de su país y choca de plano con el rostro muerto de sus semejantes, con el miedo, un miedo atroz que lo pudre todo. Ahora se da cuenta de que el problema no es ya hacer, sino qué hacer, para cambiar la realidad hay que ensuciarse las manos y alguien tiene que dar el ejemplo, el primer paso. Toma partido por desenmascarar los crímenes y los males de su mundo, pero reconoce que este está demasiado infecto por el miedo y la corrupción moral y que no puede hacer justicia de frente, pues el poder lo descubriría y lo destruiría antes de dar el primer paso. El problema ahora ya no es qué hacer, sino cómo hacerlo, y para esto Hamlet escoge el camino de su arte, el que mejor conoce, hacerse inofensivo mediante el recurso del arte de la locura. El debate es ahora una lucha por desenmascarar a Claudio, sus ideales lo guían por el camino de la justicia mientras que esa voz ancestral que es la sombra de su padre va descubriendo su propia naturaleza violenta, revolucionaria, que clama sangre por la sangre derramada. Descubre que todos están de una manera o de otra acomodados e inmersos en el sistema de Claudio, que viven de sus ventajas sin importarles nada más, y que lejos están sus contemporáneos de arriesgar a favor de un cambio.
El mundo está decididamente fuera de quicio y nuestro Hamlet se va transformando en un justiciero solitario al tiempo que empieza a ser perseguido, asediado, amenazado incitado a rebelar sus verdaderas intensiones, la causa de su locura. Sus manos se van clavando cada vez mas en el fango, ya ha matado en defensa propia a Ross y Guild, secuaces de Claudio encargados de su muerte. Pero mucho antes de esto, Hamlet ya ha intuido que su vida se irá en el empeño de restaurar el orden y hacer justicia por la muerte de su padre es un imposible que solo puede realizarse por medio de la venganza, la muerte de Claudio. Intuye Hamlet que está condenado y que solo queda un camino, hacia delante pase lo que pase. Ya no es mas el humanista graduado de Wittemberg, ha reconocido plenamente su lado salvaje y se sabe capaz de llegar a límites inhumanos. Ha probado la sangre. Nuestro Hamlet no aprueba sus métodos, pero ya no es él quien los escoge, es su situación. Su acción esta separada de sus ideas que van paralelas apuntando a Horacio en sus confesiones el gran sin sentido del mundo y cómo él mismo ha ido sucumbiendo a sus pasiones cosechando su propio destino. Hace ya rato que ha renunciado al amor de Ofelia, a quien realmente ama, pero a quien le convendría mas odiar, pues en este mundo de dobles intereses, no hay lugar para el amor puro y desinteresado y sabe que la arrastrará fatalmente en su caída.
Nuestro Hamlet bien podría convertirse en un monstruo peor que Claudio de no ser por su carácter distanciado que nos muestra en la acción de su venganza todas sus contradicciones. Ahora, hay algo muy particular en nuestro Hamlet, su acción, su venganza, no tiene lugar aun en la realidad de nuestro tiempo, es en gran medida una obsesión, una pesadilla, un ensayo de la tragedia, una simulación o en último caso, ella ya aconteció y retorna en la percepción del espectador para moverles el piso, pero también puede suceder que se lea como una visión de lo que está por ocurrir, de lo que se encuba en nuestros corazones y que irremediablemente estallará en algún momento. Por lo tanto, en nuestro caso, triste que sea el aceptarlo, es la historia de un resentimiento, de un deseo reprimido y en el peor de los casos, el delirio de un cuerpo social enfermo que se retuerce aun en el goce de su seguridad, en la sumisión absoluta al gran dios del miedo. Esto esta por debajo de nuestra historia porque, aunque no fuera un propósito nos sería imposible evitarlo.
De manera que llegados a este punto en que ya sabemos que toda la historia se desencadena provocando la muerte de todos sus protagonistas, se puede decir de Hamlet, como de todos los otros personajes de nuestra historia, que él también se ensaya, se entrena para ejecutar su papel en la tragedia que junto a sus compañeros de teatro han decidido montar para matar al miedo que siempre nos mata. No he querido, sin embargo, negarle a nuestro Hamlet la posibilidad del dialogo con ese otro joven ultrajado, que además de Laertes busca la venganza de su padre: Fortimbras. En nuestro contexto ubicamos a Fortimbras como el hijo de los antiguos dueños del país, que fueron desterrados en su tiempo por el padre de Hamlet en otra justa revolucionaria que si vio el triunfo y que tomó el poder absoluto. Este joven nacido en el extranjero y sobre quien ha caído el resentimiento de sus padres mantiene sitiada la nación en espera de una ocasión ventajosa para tomar lo que le fue arrebatado a su padre.
Esta espada pende sobre todos los actos del pueblo de Dinamarca y su monarca Claudio y también sobre Hamlet, quien de triunfar, tendría que arreglárselas con este otro viejo asunto. Fortimbras llega a la vida de Elsinor y de Hamlet, ya cuando todo está resuelto por la muerte, la guerra civil y solo tiene que levantar los cadáveres y proclamarse rey con todos los antiguos derechos. Nuestro Hamlet desprecia a este advenedizo oportunista pero en su mente moribunda comprende que no es más que otra vuelta del gran mecanismo que ha escogido a su nuevo títere y lo deja a su propio destino. Para nuestro Hamlet no hay vida mas allá, la sombra de su padre no es un fantasma que se le aparece, es la fuerza de su conciencia que lo fustiga para llevar a cabo sus designios y vencer al miedo de ser y obrar.
Hamlet reconoce en este mundo la vida y la única oportunidad del hombre sobre la tierra, por eso pide a Horacio, su amigo, que viva con coraje y que cuente su historia, para que sirva acaso de lección a generaciones venideras.
Nuestro Hamlet se trasciende en Horacio, siendo a mi parecer su principal conflicto la permanente lucha que hay en él entre el mundo de las ideas y el mundo de la realidad. Toma nuestro Hamlet partido por vivir como piensa y al tiempo no puede evitar pensar como vive.